17 de abril de 2012

PHOTOGRAPHIC MEMORY (ROSS MCELWEE, ESTADOS UNIDOS, 2011)

BAFICI 2012
PHOTOGRAPHIC MEMORY
El amor en tiempos digitales

El nuevo film de Ross McElwee presenta, en su esencia, dos cuestionamientos muy claros. En primer lugar,  habla de la relación padre-hijo en los tiempos que corren, en que lo digital parece alienar y abstraer completamente a los jóvenes de hoy en día. ¿Cómo conectarse emotivamente con alguien que vive conectado a una realidad virtual, incapaz de despegar su vista de la pantalla siquiera por un instante? ¿Por qué, en estos tiempos de conectividad, cualquier tipo de conversación entre un padre y un hijo parece algo vacío, absurdo, imbécil? Y en segundo lugar, y partiendo de esta base de la tecnología de hoy en día en comparación con lo precario, lo material y rudimentario de los objetos pasados, habla de la memoria. ¿Cuánto del recuerdo es un invento? ¿Cuánto de nuestras experiencias, aquello que depende tanto de nuestra memoria, sucedió y cuánto no? ¿Hasta qué punto la historia que recordamos es verdaderamente nuestra historia, y no una construcción, una idealización? Lo que lleva a un último cuestionamiento, que es claramente lo que mueve a McElwee a realizar este film: ¿no será que esta pérdida o este cambio de la memoria es un maquillaje, una estrategia inconsciente, que no nos deja ver que eramos similares a como son nuestros hijos hoy en día? ¿Tanto somos capaces de desconocernos? Así, Photographic Memory  se planta como un intento de este padre de comprender a su hijo a través del pleno conocimiento de sí mismo. Según McElwee, ese conocimiento es adquirible sólo yendo al pasado, y así, a través de la confrontación de lo que verdaderamente somos, podremos, quizá, comprender quién es el otro.

Maud, la joven que acompaño a Ross McElwee en un breve tiempo de su juventud.
Como mencionamos, la primera acción de Ross McElwee en este documental es mostrarnos a su hijo, Adrian, un joven postadolescente que vive insertado en el mundo virtual, continuamente conectado a su teléfono, a su computadora. Ross se dedica a grabarlo descaradamente, ya sea en la mañana, mientras desayuna en su cama frente a su computadora portátil, o mientras habla por celular con su novia. El gran acierto del director es no situarse en una posición opuesta, no decir "yo soy de otra época, no comprendo a los jóvenes de hoy en día", sino que intenta conciliar ambas visiones. Para esto, busca las respuestas en su propia vida. Así, saca el polvo de innumerables cajas y caja repletas de negativos, de revelados gastados, cientas de tiras de 35 mm en folios que Ross se dedica a observar, intentando encontrar sentido al presente en ese, su pasado. Es así que somos transportados a un viaje realizado por el protagonista hace 38 años a un pequeño pueblo ubicado en Francia, en donde tuvo el primer trabajo de su vida como fotógrafo y en donde conoció a Maud, un personaje "rayueliano" (en definitiva, situar a cualquier personaje femenino en ese contexto nos trae reminiscencias de La Maga) de quien se enamoró y a quien nunca volvió a ver. Así, Ross decide volver a ese pueblo y vivir en carne propia este acto de conocer/reconocer lo olvidado, un pasado del que no tiene más que las fotos como verdad absoluta, ya que él no recuerda casi nada.
Algo tiene de particular este documental, y es su sinceridad. McElwee en ningún momento nos intenta imponer una visión fatalista del mundo actual, ni tampoco lo contrario. Funciona casi como un diario personal de vida en clave fotográfica, un viaje a través de los recordatorios visuales de un hombre que ha olvidado mucho. En este sentido, y no puedo especificar bien en qué nivel, las secuencias de fotografías en blanco y negro de paisajes, gente, mercados, bares, calles y parques desolados golpea en un nivel inusual, un costado de melancolía, de extrañar algo que nunca conocimos pero que en el presente se erige como algo hermoso y único. La tesis de McElwee se encuentra allí, en esa diversidad de formatos, desde fotografías antiguas en blanco y negro escaneadas y ubicadas en la pantalla a modo de imágenes estáticas, y la grabación de las mismas fotografías. Así, vemos una imagen que representa a otra imagen que representa a otra imagen, combinado con grabaciones digitales actuales de buena calidad, webcams y varios otros. El director se dedica a recorrer distancias, a reconocer terrenos ya conocidos, a intentar recordar algo a través de esta confrontación. Intenta, en buena medida, reconstruir su pasado, conformado en su mayor parte por imágenes fotográficas, mediante esta cámara digital, y su resultado es el del acercamiento, la aceptación del presente y de su hijo. McElwee, sin embargo, parece estar más interesado en sembrar preguntas antes que en cosechar respuestas, y en el camino expone diversas problemáticas, apoyado por las distinas personas que se desenvuelven a su alrededor. La inmaterialidad de la foto digital, su carencia absoluta de sostén concreto y la imposibilidad de asegurar su existencia, como sí se puede en el caso del material fílmico, son unas pocas.

Ross y Adrian McElwee, padre e hijo. El retrato digital que une a dos generaciones distintas.

Hay una notable valentía en McElwee, y eso es lo que hace a este documental uno tan recomendable. Nos muestra sin reparo a su hijo, desde que es pequeño hasta que es grande, y nos enseña al mismo tiempo sus cambios, los propios, los que son más difíciles de notar. Así, una gran escena es el reencuentro entre Ross y Maud. Y lo grandioso de este momento es que carece de dramatismo, es lo más objetivo posible (aún, obviamente, cargado de una absoluta subjetividad). Simplemente vemos a una Maud mayor de edad, de pelo corto y rubio y tez arrugada por el paso de los años, sin mayores preámbulos. De las tres fotos que habíamos visto de ella teníamos una imagen. Al verla grabada hoy en día, otra imagen completamente distinta se forma en nuestro interior. Es por esta razón, por esta habilidad para hacernos vivir en carne propia su dilema, que Photographic Memory  se sostiene como una muy buena pieza audiovisual, y una de las grandes recomendaciones de esta nueva edición del BAFICI. Al irse de la casa de Maud, Ross menciona, casi susurrando, con esa voz ronca que lo caracteriza: "Ahora conozco a dos Maud. Una es la que acabo de ver. La otra, la que recuerdo."  Las palabras sostienen a la imagen y le suman contenido, enriquecen los visuales que ya de por sí son muy llamativos. Y pareciera que McElwee nos quiere dejar algo bien en claro, y esa es la inconsistencia de los soportes y su función de sustento para una memoria que no existe por fuera de los materiales tecnológicos, sean los de ahora o los de hace cuarenta años. Y que a todos nos une lo mismo, sólo que el medio ha cambiado.


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